miércoles

Cuando la pelota pega en la red y se queda en tu cancha



Hace poco fui ver la última película de Woody Allen, Match Point.

Se trata de un film impecable, con un conocimiento de la naturaleza humana que solo Allen puede imprimir. La historia no es brillante, los dialogos son de lo menos pretencioso y los escenarios no son nada imponentes. Sin embargo, la dirección es magnífica. El control que Woody Allen logra con sus actores es, sin duda alguna, el mejor capital del film.

La ambición, la manipulación, el poder y el miedo a perderlo son los ingredientes de la película. En ella podemos ver cómo una persona lucha por conseguir lo que se propone, pero es capaz de arriesgarlo todo por una pasión. Y luego, en la segunda parte, observamos, sin brusquedad ni exageración, cómo la misma persona es capaz de traicionarse a sí misma y a la persona que ama por otro tipo de bienestar.

Lo que más me perturbó de esta película fue el descubrimiento que hice sobre mí mismo. Quería que el malo se salga con la suya. Quería que el traidor, manipulador y homicida triunfe. Durante los varios minutos en que me daba cuenta que estaba a favor del lado oscuro pude darme cuenta, una vez más, lo mucho que sabe Allen acerca de las personas y sus bajos instintos.

Es un hecho de que no nos conocemos hasta que estamos en una situación intensa, estresante y sin salidas. No sabemos hasta dónde podríamos llegar si tocan nuestras fibras más sensibles y nuestros miedos más profundos.

Podemos pasar toda uan vida luchan por conseguir nuestras metas, pero sólo algunos lo lograrán. Es sobre esto donde el ejemplo del film cobra tanta relevancia: tenemos miedo de reconocer cuánto de nuestros logros le debemos al azar. A la infiel e intermitente suerte.

Crisis constante

La otra noche escuché decir al respetadísimo Jorge Avendaño decir: “El Poder Judicial está en crisis”, y pensé: ¿De verdad?, es decir: ¿O sea que recién está en crisis?. Desde que tengo conciencia escucho a la gente quejarse del PJ.

Si una crisis es constante e invariable no se trata de una situación momentánea o particular en su historia. Es su estado natural.

Esa idea de “está en crisis” es tan común en nuestro país que ya no deberíamos ni mencionarla, todos sabemos que muchas instituciones públicas “están en crisis”. Las alcaldías de pueblos pobres, las comunidades de las zonas más recónditas, los pobladores de las heladas tierra de Puno que cada año piden ayuda por la misma razón. Todos ellos “están en crisis”. Por cierto no nos olvidemos de la educación, ella también “está en crisis”

No entiendo por qué los peruanos creemos que nuestros problemas son pasajeros, importantes, pero pasajeros. Como pensando que alguna vez estuvo todo bien y que recién ahora pasamos por momentos difíciles. Mientras no aceptemos la realidad de las cosas más difícil será solucionar los problemas.

La crisis en el Perú es una constante anacrónica que busca perpetuarse en la mente de aquellos que engaña. Haciéndolos pensar que es momentánea.

jueves

Papá y el fútbol

Hacía casi cuatro años que no veía a mi padre. Cuando tenía 8 años se fue, como muchos peruanos, a Japón para trabajar y poder enviarnos dinero. Esa mañana que regresó, lo vi salir del aeropuerto y si bien lo reconocí al instante, me parecía una persona diferente.

Él había cambiado, estaba más flaco, con menos cabello pero más canas. Lo recibí con un abrazo y con un beso. Yo tenía 12 años y había tenido que aprender y vivir muchas cosas sin mi papá. Ese tiempo en que no estuvo físicamente conmigo creó una distancia emocional entre él y yo.

Los días pasaron y la interacción con mi padre no mejoró. Sabía que él me quería y estaba seguro que yo lo quería él, pero por una extraña razón nuestra relación era distante, incomunicativa e impersonal. Ahora lo recuerdo como un gran vacío. Una nada absoluta y unánime en la que ambos estábamos perdidos.

Luego de unos meses, un evento cambió todo en esa relación de inseguridad y extrañeza. El campeonato mundial de fútbol de Estados Unidos 94 comenzó. Era algo que había esperado con ansias y me llevé una gran sorpresa al saber que mi padre se emocionaba tanto como yo.

Aprendí que él era hincha de Cristal y que sabía mucho de fútbol. Pero, sobre todo, que podíamos ver un partido juntos. Hablar y discutir sobre formaciones, jugadas, alineaciones, de todo. Era como conocerlo de nuevo. De alguna manera nuestro fanatismo nos había unido sin buscarlo ni pedirlo. Éramos dos seres atraídos por una misma pasión.

Esos días marcaron mucho mi futura relación con mi padre. El fútbol fue, no solo una puerta, sino un puente que nos llevó a profundizar sobre nosotros mismos, conocernos más, hablarnos con soltura, con confianza.

Hoy pienso que el fútbol, al ser un deporte de grandes masas, tiene ese poder de juntar, de enlazar y, sobre todo, generar relaciones, afianzarlas y mejorarlas. De ahí, que la clásica imagen de un padre pateando una pelota con su hijo sea tan referencial y común. De ahí, que los padres vuelvan a sus hijos hinchas del equipo de sus amores.

Estoy seguro que todos los hijos recuerdan el primer mundial que vieron con su papá. Recuerdan la primera vez que fueron al estadio con él, cuando les compraron una camiseta, cuando iban a verlos jugar en un parque o en el colegio.

El apasionamiento casi religioso que origina el fútbol puede convertirse en un catalizador uniforme y saludable entre padres e hijos, especialmente, porque al despertar intensas emociones ambos construyen una sociedad bipartita donde no hay jerarquías, en la que se sienten cómplices y en la que ambos son un equipo.

domingo

Fue ayer y sí me acuerdo

El primer mundial que vi a conciencia, con expectativa y clamor fue el Campeonato de Estados Unidos 94. Ese mundial lo viví de una manera muy especial, mi padre había vuelto al país después de varios años, y junto a él pude ver el mejor espectáculo del mundo.

Recuerdo claramente aquel gol del rumano Hagi a Colombia, la cara de perplejidad de Córdova, sería un anuncio de la rápida despedida de una selección que llegaba con gran expectativa.

Lo siguiente que recuerdo es el talento y liderazgo de Hristo Stoichkov. Esa selección búlgara, que llegaba al mundial con el antecedente de nunca antes haber ganado un partido en los mundiales, se colocó entre las cuatro más poderosas y en gran parte por el nivel que brindó Stoichkov.

Los nigerianos me dieron un gran espectáculo. Si bien, eran muy ingenuos al momento de defender, eran potentes e ingeniosos al momento de atacar. Fue una gran selección donde Finidi y Okocha hicieron delirar al público con celebraciones de lo más particulares.

Por otro lado, Romario fue exactamente el jugador desequilibrante. El fuera de serie, el hombre más importante de Brasil. Aun no me explico cómo un hombre se su talla pudo ganar de cabeza a la defensa sueca para colocar a su país en la final del mundo. Fue un centro que parecía fácil de despejar para los obeliscos suecos, pero el chapulín levitó y con un testazo marco el gol de la clasificación.

Pero seguramente lo que más me marcó en ese mundial fue un penal. Seguramente todos lo recordamos. Siempre se ha dicho que en el fútbol no hay justicia, pero eso suena hueco cuando Roberto Baggio, luego de conducir a su equipo hasta la final del mundo, falla un penal para hacer perder a su país. Fue una tragedia griega.

De Roberto Baggio recuerdo su elegancia, su fuerza anímica, sus definiciones milimétricas y pases precisos. Recuerdo que él solo le ganó el partido a Nigeria. Que se ponía el equipo al hombro cuando más se le necesitaba.

Baggio fue un tipo de jugador que hoy casi está extinto. Ese coraje que pone el “10” de un equipo para dar vuelta un marcador es lo que extraño.

Faltan tan pocas horas para el inicio de un nuevo mundial que, de solo pensarlo, me emociono. Sé que ya no viviré lo que experimente durante USA 94, pero deseo que los chicos que están a punto de ver su primer mundial sientan lo que yo sentí.