Si bien nació en Lima, muy tempranamente se fue a vivir a la sierra, ¿cómo recuerda su infancia ahí?
Puedo decir que he tenido una infancia muy feliz. Me crié en la ciudad de Jauja, donde tuve mucho contacto en la naturaleza. Recuerdo el color, era un lugar muy colorido y con costumbres y tradiciones. Me divertía en las ginkanas entre Huancayo y Jauja. Fue una época muy feliz. Ahora soy mucho más urbano, pero no me olvido de eso.
¿Qué lo llevó a inscribirse a la Escuela de Bellas Artes?
En el colegio siempre participaba en el periódico mural y me encantaba dibujar. Ahí conocí al profesor Ismael Amador con el que conversaba constantemente y él me aconsejó ir a la Escuela de Bellas Artes. A la salida del colegio fui a conocer la escuela y decidí que al terminar secundaria iría ahí.
¿Qué encontró en ese lugar?
Al ingresar se inició otra etapa de mi vida. Ahí me formé como artista y encontré lo que tanto buscaba con mis inquietudes artísticas. Lo que no sabía era que esa búsqueda se ampliaba cada vez más a medida que aprendía nuevas cosas. Me di cuenta que en realidad los artistas somos eternos buscadores. Además, ahí conocí al profesor Aitor Castillo que fue a través de él que entendí más, y descubrí el porqué tenia que seguir adelante, insistir y postular a esto.
¿Qué lo llevó a viajar a Estados Unidos en la época más fuerte del movimiento ‘hippie’ y qué aprendió de ese viaje?
Gané un concurso de pintura cuyo premio era justamente un viaje a EE.UU. Pero por el tema de que no dominaba el inglés lo estuve postergando hasta que tuve que viajar para no perder la oportunidad. Ahí aprendí que la comunicación va mucho más allá de las palabras, porque al no hablar inglés decidí hacerme pasar por sordo mudo y de esa manera eran las otras personas las que se esforzaban en entenderme en vez de yo a ellos. A veces uno aprende de una forma de sobre vivencia. Además tuve la oportunidad de visitar los museos más grandes y de admirar las obras de El Greco, Frans Hals, de vanguardistas como Andy Warhol. Y, cuando regresé, sentí que tenía que empezar nuevamente, que ya no solo estaba Bellas Artes, sino que había un mundo a fuera fantástico e increíble y pude ver cómo esa influencia empezó a llegar a Lima.
¿Cómo fue la experiencia de trabajar en publicidad?
No me gustó. En publicidad no hay nada que descubrir ni nada que crear porque todo está hecho. Fue una forma de sobre vivencia y de conocer esa parte maquiavélica de lo que no debe hacerse con los productos. Aprendí lo que es verdaderamente un consumidor y un comprador. El mundo de la publicidad es frívolo.
¿Cuál es el ambiente que necesita para pintar?
Trato, principalmente, de desechar el ruido a través de la magia de la música. Me gusta trabajar con música. Escucho de todo. Me encanta el jazz, la música clásica, el folklore y la música japonesa que me trae mucha nostalgia.
¿Qué es lo que desea transmitir en sus obras?
Tal vez es exagerado decir que quiero transmitir algo. Creo más bien que muestro lo que soy a través de lo que hago, de mi sentir como ser humano. Y en mi obra hay mucho dolor, pasión, felicidad, alegría, tristeza. Todo eso sumado a lo que hace tanto daño como la corrupción o el caos. Siento temor cada día porque parece que cada persona se va aislando y se encierra en su caverna, como diría Saramago. Sin embargo, no quiero ser un salvador, lo que quiero es buscar un equilibrio.
El escritor Félix Álvarez dijo alguna vez que usted era un exorcista de la muerte, ¿a qué se refería?
Una vez hablamos de eso. Todo comenzó porque él me decía que era como la barca de Caronte, que va recogiendo cadáveres y yo recojo el dolor, el miedo, la tristeza, las causas y las plasmo en pintura. No es que vaya como la muerte, sino que creo que hay mucho que recoger para salvar y para decir.
¿Cuál ha sido la constante en los últimos años de su trabajo?
En los últimos 4 años he mantenido el símbolo de procesión o marcha, y es un contexto general como símbolo esa de búsqueda de mundo que está en nuestro propio mundo. A veces no valoremos lo que tenemos en este momento, por eso pongo una esfera o como si fuera una luna o planeta. Se trata de la búsqueda de nuestro mundo a través del mismo.
A propósito de la exposición ‘Inmigrantes’ que realizará en el CCPJ, ¿Se puede dejar de ser inmigrante o es algo muy arraigado?
Es una constante. Todos tenemos dentro de nosotros un inmigrante. El inmigrante no solo es que el viene del Japón. A veces es el que emigra de su propia casa. Hay un momento en que uno se enfrenta al mundo por su propia cuenta. La migración es una búsqueda inquebrantable y es una condición de libertad.
¿Qué expectativa tiene de esta exposición?
Espero que la mayor cantidad de personas puedan verla y compartir lo que siempre hago. No soy un hacedor de cosas para mí, el artista siempre está llano a que todo lo que haga sea mostrado. Eso es lo más gratificante.