Ella había estado saboreando un dulce.
Él, de pronto, vio sus labios untados de azúcar.
Se desesperó.
Quedó prendido de esa imagen.
Ella no se había dado cuenta y hablaba con una naturalidad sofocante.
Hizo el intento de desviar la mirada pero no pudo.
Sus ojos volvían a esos labios untados de azúcar.
“Dios es sádico”, pensó.
Luego de varios minutos, la escena era imposible de soportar.
Esos dos labios, revestidos de esa forma, eran tan bellos y seductores que le empezó a doler, a asfixiar.
Moriría feliz de diabetes ahora mismo, pensó.
Sobrevivió cuanto pudo.
Un segundo después se lo dijo.
Ella limpió su boca como si nada hubiera pasado.
Y él rogó en silencio para que ella vuelva a comer aquel dulce.
Él, de pronto, vio sus labios untados de azúcar.
Se desesperó.
Quedó prendido de esa imagen.
Ella no se había dado cuenta y hablaba con una naturalidad sofocante.
Hizo el intento de desviar la mirada pero no pudo.
Sus ojos volvían a esos labios untados de azúcar.
“Dios es sádico”, pensó.
Luego de varios minutos, la escena era imposible de soportar.
Esos dos labios, revestidos de esa forma, eran tan bellos y seductores que le empezó a doler, a asfixiar.
Moriría feliz de diabetes ahora mismo, pensó.
Sobrevivió cuanto pudo.
Un segundo después se lo dijo.
Ella limpió su boca como si nada hubiera pasado.
Y él rogó en silencio para que ella vuelva a comer aquel dulce.
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