jueves

Aquí


Pido esta fría noche para mí.
La reclamo para que sea mi escenario
Para que la pálida sea mi reflector
Y pueda decir lo mío sin discreción

Pido esta lluvia para mí
Para que sea mi telón de fondo
Para que cubra mis palabras
Y para que me proteja de tu calor

Pido todo el dolor de los no correspondidos para mí
Lo reclamo con derecho y merecimiento
Para que me inunde y me ahogue
Para demostrar que nadie padece en realidad
Y para poder sufrir tu verdad

Solicito la inspiración del artista torturado
La locura de los desposeídos y marginales
Las caídas de los ciegos y apresurados
Las puñaladas al corazón de los criminales

Demando la mirada de los asesinos
Y la sonrisa de los suicidas

Exijo
Esta noche
Olvidarte

martes

SE ACHICA LOS DEDOS PARA USAR MEJOR SU CELULAR


Una verdadera fiebre invadió Estados Unidos tras el lanzamiento del iPhone, el teléfono celular que llegó a ser comparado con el mismo Jesucristo, que convirtió en "pacientes" a los fanáticos de la tecnología, obligándolos a aguardar día y noche al frente de los negocios para curarse en el único modo posible: comprándose uno.


Pero para Thomas Martel, de 28 años, residente en Denver, los problemas comenzaron cuando adquirió el modelo, dotado con un display táctil, cuyos íconos resultaban muy pequeños para su pulgar, un verdadero "dedo gordo".


Ante la inexistencia de "Fat iPhones" y, probablemente consciente de que para cuando pudiera adquirir el peso ideal para manejar con pericia el aparato, este ya sería una pieza de museo, se sometió a una suerte de "liposucción dactilar".


Esta costosa intervención quirúrgica consiste en una pequeña incisión en ambos pulgares que se encarga de limar el hueso interno, entregándole unos dedos delgados que contrastan con el resto de su mano. Tras la operación, afirma que le resulta más difícil abrir enlatados y frascos, pero que está feliz de poder usar su teléfono.
Fuente: Noticiaslocas.com

viernes

¿Amigos?


“Eres un buen amigo”, le dijo ella.

“Querido amigo”, repitió otro día.

Amigo. Amigo. Amigo.

Y sí. Él se consideraba un buen amigo, o por lo menos una persona que trataba serlo. Pero nunca antes la palabra ‘amigo’ le había sonado tan vacía, tan nociva, terrible y espantosa.

Esa palabra - en ese momento - era una filosa navaja que entraba y abría paso en todo lo que ilusamente él deseaba.

Amigo, pensó. Que sutil manera de decirlo.

Que leve modo de responderme a algo que aun no te pregunto.

Que tenue disparo al corazón. Que ligera maniobra de evasión

Que inteligente forma de destruir algo que todavía no tiene ni los planos.

Amigo. Qué horror encierra esa palabra cuando, en verdad, se quiere otra cosa.

Buen amigo. El sabor a segundo puesto en una competencia de dos.

Era claro. Él era su amigo y si no quería perderla por completo tendría que convertir la bilis en miel y dividir su vida en dos. Una frente a ella: relajado y amigo. La otra frente a él mismo: caótico y dolido.

Pero no le importó. No quería perderla.

No le importó los sacrificios.
Ni las heridas que recibiría al mirarla a los ojos.
Ni los cortes al tocar sus manos
Ni las quemaduras luego de besar su mejilla acalorada.


Decidió ser su amigo, aunque en realidad no quería.

jueves

¿Dónde estabas? ¿Qué hacías?

En una banca del Parque Kennedy.

Sentí que todo temblaba, pero no me importó.

Vi que la gente salía de Ripley y llenaba las calles con desesperación.

Seguí en la banca viendo la escena que en primer momento me pareció exagerada.

Cuando todo se detuvo caminé a Larcomar a ver el mar, pero el mar no estaba. Se habia retirado.

Quise ir a mi casa pero los taxis estaban llenos y los micros se desbordaban. Caminé un par de horas hasta conseguir transporte.

¿Y tú?
¿dónde estabas?
¿Qué hacías?

miércoles

Decisiones


Había caminado mucho. Tanto que no recordaba cuándo había comenzado. Sus pasos eran automáticos, como si su voluntad no tuviera nada que ver con su dirección. Su mente se ocupaba de ella. Era en todo lo que había podido centrar su atención en las últimas semanas. Pensaba en cada episodio, en cada gesto. Las respuestas, las risas, las frases ingeniosas, las confesiones, las miradas, los silencios.

Estaba recapitulando sus encuentros y lo odiaba. Detestaba sentirse tan fuera de sí. Le molestaba, más que nada, no poder retomar el control de su propia de vida, de sus pensamientos. Respiraba agitado. Tal vez por la cajetilla de cigarros vacía en su bolsillo. Tal vez porque era cierto que los suspiros son aire sobrante por ese alguien que falta.

¡Mierda! - se dijo a sí mismo. Se había convertido en lo que siempre había condenado. En lo que siempre le había procurado sonrisas irónicas y misericordiosas. Antes de todo - o sea antes de ella - no entendía como podía alguien perder la razón y la coherencia por otra persona. Ahora era un fantasma estúpido, o enamorado, que viene a ser lo mismo.

Pensó en lo miserable que es la condición humana que lo condena a sufrir sin que ese sufrimiento sea un castigo. Porque no lo había buscado. Mucho menos intentó que sucediera. Se sentía, de la manera más legítima posible, una victima injusta de todo lo que lo rodeaba.

Siguió caminando por calles por las que siempre había pasado. No estaba perdido, pero la sensación lo traicionaba. De alguna manera la ciudad le parecía mucho más grande que antes, la gente mucho más extraña y desafiante. Tal vez era él quien era más pequeño desde hace unas semanas.

Por fin se detuvo en un café. Al costado pudo leer un cartel que decía: ‘Flying Dog Hostel’. Ni si quiera hizo el esfuerzo de reír. Se sentó y decidió que se quedaría ahí hasta que algo pasara. Empezó a observar a su alrededor. Miraba con atención como si buscara una respuesta. Cualquiera. No importaba si era absurda o inteligente. Si su padecer había venido de la nada tal vez la nada podría darle un escape.

Súbitamente, se le acercó una mujer mayor. Tal vez de cuarenta años. Estaba vestida toda de negro. Le pidió un cigarrillo y él accedió de inmediato. No se conocían. Quizá era una adicta al tabaco y se le habían acabado. O, quién sabe, lo vio tan confundido en abstracciones que quiso llamar su atención hacia algo más mundano.

La mujer le preguntó si era descendiente de japoneses y él asintió con aburrido gesto. Le contó que había vivido en Japón y que sabía hablar el idioma pero no escribirlo. Él no la escuchaba en realidad. Seguía ido. Ausente como suele ser en casos como el suyo. Luego de un breve monólogo sin recordación, la mujer se despidió dejándole una tarjeta con su nombre y teléfono. La recibió con desdén. Se fue y él rompió la tarjeta de inmediato.

Pensó en ella, o mejor dicho, dudó. Dudó de todo lo que había vivido hasta ese momento. Dudó de las sonrisas que ella le había regalado. Dudó de las conversaciones y de sus gestos amables. Dudó de su nerviosismo y sus miradas. Esas miradas que un día eran esquivas y al siguiente eran directas y esperanzadoras. Dudó de sus palabras una y otra vez, las repasaba como si intentará descubrir algo entre líneas. Algo, cualquier cosa que lo alentara o lo desalentara. Cualquier cosa que pudiera ayudarlo a iniciar una aventura o un exilio inmediato. Pero al estar en ese trámite de recordar sus palabras se le hizo imposible imaginar – una vez más- esos labios como puñales. Tan bellos como mortales, pensó. ¡Mierda!, cursi estúpido fantasma, volvió a decirse.

Pensó - ya entregado – en los ojos de ella. Ojos que parecían caramelos o algo peor. Ojos que invitaban, y obligaban, a ser saboreados con la vista. A ser maldecidos solo por ser los de ella. A ser condenados por todas las religiones del mundo como testimonio de tentación y perdición.

Los minutos, las horas, pasaron y él seguía sentado en el mismo café. Se hizo de noche. Por fin acordó poner plazo a su sufrimiento. Se dijo, se prometió que en tres días hablaría con ella y que pase lo que pase empezaría su desintoxicación. Sí, de una puta vez, pensó.

Una vez decidido, sacó su computadora y empezó a escribir en su blog.

martes

Tenla clara


- “Te estás mariconenado”, le dijo.

Había encontrado a su amigo treinta minutos después de haber recibido una llamada suplicante. “Necesito hablar”, dijo la voz por el auricular casi como si pidiera disculpas.

Llegó y vio a su amigo temblando, dolido, perdido en sí mismo. Al borde de la locura, pensó.

Nunca lo había visto así. Incluso, nunca se imaginó que tras la apariencia de seriedad y coordinación podía esconderse un ser tan débil y miedoso.

“Te estas mariconenado”, le había dicho, porque eso era lo que estaba haciendo.


“¿Acaso te ha dicho que no?”, agregó y por fin parecía que su amigo le hacia caso. Que había conseguido llamar su atención.

Estuvo con él hasta que se sintió mejor. Hasta que se tranquilizó y volvió en sí. “Cágate de risa, huevón. A todos nos pasa. Al final tú debes tomar la decisión. Tú tienes el control de la huevada”.

Sí, tiene razón, pensó. Estaba avergonzado por haber estado a punto de ahogarse rodeado de tanto aire. De tantas posibilidades.

sábado

Sus labios


Ella había estado saboreando un dulce.

Él, de pronto, vio sus labios untados de azúcar.

Se desesperó.

Quedó prendido de esa imagen.

Ella no se había dado cuenta y hablaba con una naturalidad sofocante.

Hizo el intento de desviar la mirada pero no pudo.

Sus ojos volvían a esos labios untados de azúcar.

“Dios es sádico”, pensó.

Luego de varios minutos, la escena era imposible de soportar.

Esos dos labios, revestidos de esa forma, eran tan bellos y seductores que le empezó a doler, a asfixiar.

Moriría feliz de diabetes ahora mismo, pensó.

Sobrevivió cuanto pudo.

Un segundo después se lo dijo.

Ella limpió su boca como si nada hubiera pasado.

Y él rogó en silencio para que ella vuelva a comer aquel dulce.

Se acabó sin empezar



Había podido mantener la calma. Se había entrenado para eso. Para aparentar control y tranquilidad.


Su disfraz, esa careta que se inventó para no mostrar lo desdichado que se había vuelto, le funcionó bien.


Dobló la esquina y le faltaba el aire.


Por fín podía bajar la guardía y padecer en paz.


Se tomó el pecho.


"Cómo algo tan roto puede pesar tanto", pensó.




jueves

Un poco más de frío


Era de noche. La noche con el frío más intenso de ese invierno. Hacía dos horas que estaba sentado en una banca del parque. No esperaba a nadie. Simplemente no quería ir a casa. No quería estar en un lugar cómodo, ni cálido, ni tranquilo. NO. Lo que él quería era sentir mucho frío, sentir algo hiriente. Algo que lo haga olvidar el dolor que sentía esa noche que lo cogió tan vulnerable, tan miserable.

Estuvo ahí hasta que dejó de temblar. Hasta que después de un par de gritos se vio más calmado o menos desesperado, por así decirlo. Sus manos habían perdido la sensibilidad, lo mismo que sus pies. Sin embargo, su pecho seguía algo agitado. De rato en rato una mueca deforme inundaba su rostro.

“Cómo duele y aún no le digo nada”, pensó.

Pasada la media noche se levantó. Le dio gusto saber que podía volver a confiar en sus piernas, que ya no temblaba como hace unas horas. Paso a paso empezó a alejarse, como queriendo buscar distancia de esa momentánea depresión.

miércoles

...


Sentía un amor vertiginoso por ella.

Con tristeza pensó que ella, en cambio, no lo sentía.

Y que si lo necesitaba a él, no era en todo caso con el mismo sentimiento que él experimentaba hacia ella.

Ernesto Sábato
Sobre Héroes y Tumbas

martes

Epifanía




- No te vayas
- ……

El pedido era casi una orden.
Se había alejado poco, apenas unos centímetros de su cuerpo desnudo. Quería irse. Quería salir corriendo, no importaba si salía mal vestida o descalza. Necesitaba salir de ahí. Era en todo lo que pensaba.


Estaba de rodillas en la cama, casi a un paso de levantarse por completo. “No te vayas”, eso le había dicho. ¿Cómo no irse luego de retomar el control? Luego de liberarse de esa pasión que había fundido su cuerpo con otro hasta hace solo unos minutos. No. Quería irse, desaparecer. Pero no lo hizo. Se quedó arrodillada, mirando esos ojos secarse con la brisa nocturna que entraba por la ventana. Presionó sus labios fuertemente como si no quisiera dejar escapar palabra alguna. Sus senos lucían orgullosos y altaneros bajo una línea de luz que contrastaba salvajemente con la oscuridad de la habitación. Sus brazos estaban caídos, muertos, inertes, inexpresivos al igual que su rostro.

“No te vayas”. Sí. Eso le había dicho. Esas tres palabras habían sido suficientes para volver a dominar su voluntad. Después de lo sucedido había retomado conciencia, se había rescatado a sí misma de es ardor carnal y cegador que había experimentado. Y pensaba huir. Huir como se aleja un criminal. Como vuela una paloma miedosa y torpe.

Tal vez hasta ese momento pensaba que todo se debía a un rato de locura. A una aventura sin importancia que trataría de recordar como un error de copas y calentura en unos años. Siempre le había parecido graciosa la idea. No es que nunca hubiera pensado en la posibilidad, pero nunca le había dado importancia. Creía que si llegaba a suceder se levantaría de la cama, fresca y desenvuelta. Como si nada hubiera pasado.

Pero no. Ya no pensaba que todo era tan fácil. Ahora estaba creyendo, cada segundo con más intensidad, que todo lo que había sucedido fue con total aceptación y conciencia. Ahora creía o empezaba a creer que sus actos nunca estuvieron reñidos con sus verdaderos deseos.

“Sus verdaderos deseos”. ¿Qué deseaba? ¿Era eso lo que quería? ¿Ese cuerpo? ¿Esos besos y esas manos? No podía evitar pensar que su vida cambiaría. Que tal vez pasaría momentos terribles, pero también de los otros. Pensaba en que todas las historias de amor están hechas de lo mismo. Que el dolor como el placer tiene ingredientes parecidos y que solo los diferencian pequeños detalles. Pequeños pero vitales. Pensaba que solo el amor fantasioso, escrito sin experimentar, podía tener la receta que se inventa una y otra vez para llegar a ser perfecta.

Pero ella no quería la perfección. Quería, ahora lo sabía, amar y ser amada. Con todos los conflictos que ello implica. Con todas las ventajas y desventajas. Con todo, absolutamente todo, lo que amenaza a los amantes que se atreven a ser felices. Y con todo lo que se les promete a los jóvenes e inexpertos enamorados. Seguía sin moverse, desnuda. De rodillas sobre la cama, mientras pensaba todo eso.


- “No te vayas”, volvió a decir.
- “No me iré, nunca me iré”, respondió.

Y diciendo eso se volvió a recostar en la cama, besó los labios de su amante como si quisiera marcarlos con los suyos y se quedó dormida.



viernes

Secretos

Tienes un secreto, el más oscuro. El más perverso. Un secreto inconfesable que mantienes contigo y que haz tratado de convencerte que en verdad no pasó. Que, pensándolo bien, no fue lo que en realidad sucedió. Un secreto, digámoslo, jodido y genocida.

Bueno, ahora, en vez de pensar en contárselo a tu mejor amigo(a) para intentar drenar esa sofocación que causa mantener verdades terribles, puedes revelarlo a todo el mundo. Existe una página web en donde la gente publica sus secretos. Desde las fobias más ridículas hasta las tragedias más espantosas.

Básicamente lo que ofrece la web argentina (ah!, sí, me olvidaba, es argentina) es liberarse de esa presión ocasionada por insufribles días, meses y años de silencio. Las confesiones pueden ir desde “me gusta tal chica(o)”, pasando por “me asusta barney” hasta llegar a los casos dignos de terapia sicológica y denuncia penal.

Las confesiones son anónimas y, claro, eso facilita la publicación de los secretos. Ha tenido tanto éxito esta página que se ha editado un libro con las mejores confesiones.

Acá pego sólo algunas, las más recientes.

Siempre paso por una esquina cerca de mi escuela, porque esta lleno de borrachos y me piroopean., Soy patetica, pero me levantan el autoestima :) Aguantenn los borrachooss!!!!!!!! (Mujer de 16 años)

El viernes 20 (dia del amigo), voy a dejar plantado a mi grupo con alguna excusa y me voy a ir a esperar el ultimo libro de Harry Potter que sale a las 12. (Hombre 17 años)

Mi mujer tiene parto programado para el 26 y estoy pensando seriamente en no ir al parto para ir al estreno de la pelicula de los simpson (hombre 27 años)

Anoche le di la cola a mi novio y ahora no me puedo ni sentar, mi mama ya me pregunto 20 veces.. y ahora escribo rapido,porque siempre viene y lee todo chau (Mujer 19 años)

Cargué un videíto de un acto del día de la Bandera donde actúa mi hijita...en Youtube.com...PORQUE QUIERO QUE SEA FAMOSA!! (mujer 30 años)

Me exito buscando palabras en el diccionario que tengan que ver con el sexo (Mujer 16 años)

Me corto los brazos con gilletes para sentirme bien (Hombre 17 años)

Durante una noche de pasión con mi novio le llené el cuerpo de caramelos (gomitas) y los que no me comí fueron a parar de nuevo al paquete. Antes de que pueda dejar los caramelos en mi cuarto para que nadie los coma, mi mamá los vió y me preguntó si podía comer algunos... le insistí con que estaban feos, podridos, vencidos y rancios... pero no me hizo caso y los comió igual!!! Yo traté, pero bueno... (Mujer 19 años)






Etc, etc, etc....

miércoles

Chau, Jesse


Se fue Jesse. Se fue el gringo. Se fue el amigo y el profesor. Se fue ‘Frases Cortas’. Quienes no lo conocieron pueden dejar de leer porque no entenderían.

Hace falta haberlo conocido y escuchado. Hace falta haber reído con él. Hace falta haber conocido su pasión por la radio y por las combis.

Jesse Hardman no es un hombre duro. O por lo menos no lo aparenta. No necesita aparentarlo. Estuvo cerca de un año en nuestro país y en ese lapso ha conocido más del Perú de lo que yo mismo conozco. Subió cerros, cruzó selvas, viajo y corrió, vivió y se sorprendió.

Cada vez que algo lo asombraba Jesse ponía un rostro de niño de seis años que recién descubre el mundo. Su gran amor son los sonidos, tal vez por eso es fanático de la radio. Lleva en su minidisk cientos de sonidos y acumula decenas de cds con audios de todo tipo. Como aquella crónica de dos niños pobres de Nueva York y que viven rodeados de delincuencia y muerte. O aquella inolvidable y perturbadora en la que hace un retrato de su padre que padece parkinson sólo con sonidos.

Jesse ve en todo problema una posibilidad, una oportunidad. Durante su permanencia en Perú sus ganas de cambiar el mundo se estrellaron más de una vez con las mentes cerradas y con los sistemas conformistas. Aun así Jesse siguió insistiendo. Es probable que sea la persona más interesada en mejorar la radio peruana.

Hoy a las siete de la mañana el vuelo de Jesse despegó de suelo peruano. Anoche fue su tercera despedida en el Juanito de Barranco. La primera fue en su restaurante favorito 'Como agua para Chocolate' y la segunda fue previa a Fiestas Patrias donde se le pudo ver tomando pisco bailando huayno. Tuvieron que ser tres despedidas porque es lo mínimo que se merecía. Porque una sola no bastaba. Porque en verdad no queríamos que se fuera.

Qué poco sirven los abrazos de despedida. Qué pocas palabras se nos ocurren para decir adiós sin minimizar lo que sentimos.

Creo que lo más importante que puede hacer una persona es trascender a través de otras. Dejar un reflejo constante tatuado con emociones. No me equivoco al decir que Jesse trascendió en más de una persona que conoció en el Perú. Tal vez por eso creo que si bien se ha ido todavía no nos deja.

¿Por qué gusta Renato Cisneros?


Renato es el nuevo Kevin Arnold. Solo que treintañero y periodista. Pero con la misma capacidad de enternecer, entretener y generar nostalgia y empatía. Con la misma simpatía y ansiedad con que antes se veían los capítulos de los Años Maravillosos, hoy los cibernautas devoran los post de Cisneros. Todos esperamos años para saber si Kevin se quedaba con Winnie Cooper, hoy todos leen para saber si Renato encontrará novia.

Él alega, apelando a esa humildad extremadamente diplomática, que es el tema lo que hace que centenas de hombres y mujeres le dejen comentarios, desde los más simpáticos hasta los más estridentes. Pero estoy seguro que siente que ha anotado un golazo. Tal vez voluntariamente o no, pero el haber creado el personaje de su blog lo ha puesto en la mirada pública.

Es verdad, las personas tenemos cierta fijación obscena por saber del resto. Más aún si se trata de algo personal e íntimo. Ese escarnio de la vida del otro es un deporte no oficial que todos sabemos jugar.

Algo a tomar en cuenta es que es el mismo Renato quien desnuda sus fobias y derrotas. Es él quien cuenta cuantas veces y de qué maneras lo han choteado. Eso es lo que atrapa y llama. Sí. Pero no solo eso. Lo que más cautiva, a mi parecer, es la capacidad que tiene Renato de contar algo que nos puede haber pasado también a nosotros. La desmitificación de la persona pública siempre es deliciosa, sobretodo cuando la comparamos con nosotros.

¿Es Renato un buen escritor? Sí, creo que lo es. ¿Sabe contar historias? Indudablemente, sus crónicas lo demuestran. Inclusive, Renato ha tenido columnas notables en la pasada edición web de El Comercio, solo que la gente no lo notaba por el diseño mismo de la anterior web. Cisneros lleva la literatura en el ADN y eso lo demuestran sus libros de poesía.

Pero al margen de lo bien escritas que pueden estar sus columnas, Renato es un excelente conocedor de su público. Sabe de qué pie cojeamos y lo aprovecha. Por eso que su blog puede ser comparado a las columnas de Helen Fielding (la autora del Diario de Britget Jones) en la prensa británica. En este caso las semejanzas no son coincidencia. La edad, el tema, los miedos, las indecisiones, las derrotas y las aspiraciones coinciden perfectamente.

Tanto Renato como Helen Filding o, incluso, como Candace Bushnell (escritora de Sex and the city) han sabido explotar su privacidad o inventarse una más entretenida. El éxito se debe en parte considerable al streep tease emocional que hacen.

Desnudarse siempre llama la atención.


sábado

Torturadores por naturaleza



Sucede que a veces nos torturamos. Puede ser de manera conciente o inconciente pero lo hacemos. Es nuestra condición humana la que nos obliga y terminamos acatándolo. Buscamos el dolor, el padecimiento. No solo somos masoquistas, somos promotores, representantes y auspiciadotes oficiales de nuestro propio sufrimiento.

Las autoflagelaciones a las que nos sometemos por amor o capricho son alucinadas. Sabemos que esa persona nos hizo daño. Sabemos, también, que nos hizo sufrir. Conocemos, además, que muchas de las cosas las hizo adrede. Pero ahí estamos, fieles al castigo y soportando.

Nos torturamos por presiones sociales. Preferimos el visto bueno de los demás antes que el propio y eso nos hace infelices. Complacer antes de complacernos es la llave de la infelicidad. Nos amoldamos a esquemas y patrones que a veces no nos gustan.

Nos torturamos por beber demasiado. Estamos concientes de lo mal que nos sentiremos pero no importa. Incluso antes de salir de casa pensamos en meternos ‘la bomba’. NO interesa el dolor de cabeza ni las nauseas del día siguiente. Nos torturamos a largo plazo.

Nos torturamos por dinero. Existen personas que lo único que les gusta de su trabajo es cobrar el cheque a fin de mes. Trabajar en algo que disgusta puede ser soportable al principio, pero luego terminamos odiando ese trabajo y finalmente, terminamos odiándonos a nosotros mismos.

Nos torturamos cuando elegimos. Sabemos que ese hombre robó. Sabemos que mintió y que escapó. Sabemos de lo mal que gobernó. Sabemos de sus defectos y falencias, pero aun así lo elegimos. Nos torturamos por convicción.

Tal vez sea porque el sufrimiento que nos producimos es menos doloroso que el que nos puede ocasionar otras personas y nos sirve de entrenamiento y preparación. No lo sé. Pero el hombre busca el dolor, aunque lo ignore.

miércoles

Apología de la estupidez

Debo aclarar que condeno la fatiga cultural. Que desprecio la sobreprotección del cerebro y que levanto la bandera contra la desidia intelectual. Esta no es una pose (aunque muchas sean buenas), es mera aclaración previa a lo que diré.

Sí pues. A veces pensamos demasiado. Pero me refiero a DEMASIADO, es decir a esos momentos en que sin duda es mejor desconectarse del mundo por un par de horas para poder mantener la cordura. Estar en actividad sesuda por prolongado tiempo ante un callejón sin salida no es sano. Equivale a una temporada de estadía en Guantánamo con todo y Lynndie England incluida. Pero, ojo, solo hablo de los callejones sin salida, de los pensamientos cíclicos que no evolucionan ni encuentran soluciones.

Es por eso que considero que el mejor escape es atiborrarse de estupidez, aunque solo por un momento. Es como la palanca de expulsión del avión que está a punto de estrellarse. Es como el último chaleco salvavidas del barco. Como el último condón de la farmacia.

A veces es necesario armarse de valor para huir. A veces debes encomendarte a tu figura religiosa favorita, apretar los dientes fuertemente, respirar profundo y ponerte los audífonos para luego, con mucho cuidado y resignación, darle play a esa canción de Britney Spears o Paris Hilton.

A veces, y recalco el “a veces”, es bueno ver una comedia romántica de Hollywood. Incluso, de vez en cuando, se requiere buscar en la TV un programa de chismes del espectáculo.

A veces, también, es bueno buscar a tus amigos de la infancia y niñez. Aquellos con los que ya no te ves, aunque los aprecies, porque eran (y siguen siendo) poco más que chimpancés. Una sesión de cervezas y conversaciones incoherentes borra cualquier vestigio de racionalidad.

Desconectarse del mundo es bueno. Ayuda a formatear nuestro disco duro mental y emocional. Es como reiniciar tu PC que se colgó por tener tantas ventanas abiertas. La estupidez es buena, a veces.

viernes

Confesiones de invierno

A veces observo tus labios más de lo debido.
Frecuentemente me niego a mi mismo.
Casi siempre me pierdo en tus ojos.

Disimular es más difícil cada vez que te veo
Pensar en algo que no seas tu nunca es opción

Te veo
En sueños desesperados
En fantasías afiebradas
En anhelos misericordiosos.

Te oigo
En silencios
En ruidos
En noches y días

Te hablo
En imaginarios imposibles
En reservas absolutas
En oraciones mudas

Te quiero
En el desconcierto de no tenerte
En la soledad de una mitad sin mitad
En la penumbra de una amistad

sábado

Leyendo en Starbucks

Luego de cuatro horas ininterrumpidas de lectura en la sección de fumadores del Starbucks de Caminos del Inca, donde me dediqué a leer El Ladrón de Orquídeas para mi próximo control de lectura, he llegado a algunas conclusiones:

1.- Todos los fanáticos de las plantas, flores, vegetales y derivados (incluidas las clonaciones) están locos o en peor estado

2.- Los amigos de los fanáticos de las plantas, flores, vegetales y derivados están igual de locos o en peor estado.

3.- La vida y antecedentes de las mencionadas personas son tan entretenidas como asistir a una clase maestra de tipos de arenas y sales. Aburrido, muy aburrido.

4.- Para hacer un libro de un ladrón de orquídeas es imprescindible 15 por ciento del ladrón y un injustificable 85 por ciento de cualquier otra cosa que tenga que ver con orquídeas.

5.- La gente que viene a Starbucks a pasar el rato es más entretenida que los personajes del libro.

6.- En la mesa de mi izquierda destaca un tipo que no debe ser mayor que yo. Tiene un peinado a lo Mel Gibson en Brave Herat y viste un abrigo de cuero que le llega hasta los tobillos. Aparentemente quieres más parecer actor que ser actor. De rato en rato pronuncia en decibeles exagerados: El teatro tienes que sentirlo, ¡sentirlo! ¡SENTIRLO! SIIIIII

7.- En otra mesa a solo pocos metros un grupo de cuatro – tres chicas y un chico – hacen un trabajo, o por lo menos eso intentan. Una de ellas le hace una señal de “pido tiempo” de básquet a su compañera que lleva más de 15 minutos hablando por celular. Ella, la que habla por celular, le devuelve la señal con el dedo medio levantado

8.- La otra chica del grupo está sentada encima de la pierna izquierda del chico. De rato en rato experimenta afiebrados movimientos ondulantes. Aparentemente cree ser invisible o simplemente el resto de nosotros lo es.

9.- Minutos más tarde la mesa donde se encuentra el chico con el peinado de Mel Gibson plantea el conflicto existencial que surge de que un hombre tenga más amigas que amigos.

10.- En la zona de ‘No Fumadores’ una chica que no pasa de los 18 años le hace esta pregunta a sus dos amigas: Si una chica se apellida “Melano” y su primer nombre es “Ana” y su segundo nombre es “Lisa”, ¿No sería un cague de risa?

11.- Volviendo a la lectura. Estoy arto de las plantas, flores, vegetales y derivados. Me he quedado en un capítulo que lleva como título Delitos Relacionados con las Plantas. Mi curiosidad, esa de la que dependo tanto, está marchita. Dudo mucho que lea ese capitulo.

martes

¿Quieres estar conmigo?

En Cinema Paraiso, Totó, el protagonista, es un chico de 15 años. Totó al no poder articular sus sentimientos en palabras, decide pararse frente a la casa de su amada y soportar noche tras noche lluvia inclemente y frío inhumano. Al principio ella no quería saber nada de él, pero terminó rindiéndose y enamorándose al ver la voluntad de Totó. Así de difícil es declararse.

Miedo. Pánico. Vulnerabilidad. Fragilidad. Asfixia. Ansiedad. Pudor. Y más. Declararse dispara los sentimientos más insufribles. Todos a la vez. Es una escena llena de sudores, nerviosismos y tembladeras. Puedo pararme frente a cámaras y dirigirme a millones de personas. Puedo hablar en público con voz firme. Incluso, puedo entrevistar a un presidente sin tartamudear. Pero no. Por favor, no. No me pidan que me declare.

La primera vez que le declaré mi amor a una chica estábamos en la calle. Era de noche. Caminábamos frente a un parque. No la miraba. Ella hablaba sobre algo que no recuerdo y esperé a que se calle para decírselo. Lo hice tan rápido que no me entendió. Es decir, mis palabras salieron tan de golpe y tan tropemente que fueron indescifrables. Ella me dijo “¿Que?” y no tuve más remedio que volver a decirlo todo. De memoria y tartamudeando.

Claro que existen otras formas menos angustiantes de declararse, pero que son un poco cobardes. Escribir una carta. De inmediato recuerdo Ya no puedo esperar (Can´t hardly wait), un film nada especial excepto por que el protagonista no tiene el valor de declararse y decide escribir una carta y entregársela a Jennifer Love Hewitt. Al final ella le corresponde y bla bla bla, final de Hollywood.

A veces quisiera tener mi propio final de Hollywood. Ser como Freddy Prince Junior en She´s all that. “Te conocí antes de conocerme a mi mismo”. O, incluso como Jerry Maguire. “You complete me”. Y solo para escuchar, al final de toda mi verborrea: “Shut up. Just shut up. You had me at hello”.

viernes

No a la heterofobia

Debo empezar diciendo que no soy gay, que tengo amigos homosexuales y que me es indiferente con quien se acuesta, besa, ríe, goza, conversa, folla, llora, baila y vive la gente. Dicho esto, quiero señalar que se cocina una heterofobia, por así decirlo.

Creo que nadie debería tener privilegios. Ni las mayorías, ni las minorías. De un tiempo a esta parte, la comunidad gay, ante cualquier fallo desfavorable o que simplemente no le guste o convenga, levanta la bandera del Tahuantinsuyo y grita ¡HOMOFOBIA!

Creo. No. No creo. Estoy seguro que la homosexualidad fue discriminada y se atentó mucho contra los homosexuales en tiempos pasados. Sin embargo, ya no creo que hoy suceda lo mismo.

No digo que todo sea color rosa (color muy apropiado para este tema), pero, indudablemente, la mente de las personas ha evolucionado. Incluso la palabra “cabro” ya no hace referencia al homosexual (se usa más para señalar al cobarde). Los escritores, periodistas, actores, cantantes, profesionales de cualquier índole que no provengan de la religión, pueden gritar a los cuatro vientos que son homosexuales y elevan su popularidad. Las películas incluyen más personajes gay que antes y el público no le toma importancia. Las series de TV tienen protagonistas gay. Los dibujos animados tienen personajes gay. En fin, admitámoslo, ser gay (o por lo menos bisexual) está de moda.

Siento que existe una hipersensibilidad gay que actúa en contra de la misma comunidad llamada de “ambiente” y la deja mal parada. Una muestra son los últimos reclamos por el cierre de las discotecas gay.
Downtown está debajo de un edificio. ¡Joder! ¿Es tan difícil entender que la gente quiere dormir sin escuchar bulla? No importa si la bulla es gay o straight. Bulla es bulla y sueño es sueño. En situaciones extremas, considero el derecho a dormir es más necesario que el de bailar.

Creo que se han mal acostumbrado. Les gustó la cámara de televisión, los titulares en primera plana. La publicidad gratuita la tuvieron siempre. Gritar discriminación, muchas veces con justicia, y levantar una bandera les resultó fácil.

Si los homosexuales desean ser tratados con equidad e igualdad es momento que empiecen a renunciar a aquello que en antaño sirvió para abolir prejuicios y discriminación, por ejemplo el Día del orgullo gay. Yo no me siento orgulloso de ser heterosexual, simplemente lo soy. Mientras más especiales se sientan, más señalados serán.