lunes

Watanabe

Existen hombres cuya obra supera la vida misma.
Supera incluso la muerte.
Reproduzco un poema del brillante José Watanabe a modo de homenaje.



INTESTINO

Qué hace ese intestino
Dormido en una cama
Recogido
Como un animal rosado

Sueña que sale del cuarto
Después de la lluvia
Por la ventana dorada

Se estira y curva
En el horizonte
Como un arco iris
Multicolor por supuesto

En los lejanos extremos
Ollas de barro
Repletas de monedas de oro
Oro del que amanece solo
Y con borborigmos
Oro de pobre

José Watanabe (1945 - 2007)

Escena

Era martes por la mañana. Llegué a la universidad diez para las ocho. El sol apenas prometía un día caluroso. Luego de subir tres pisos del pabellón “D” me dispuse a esperar a que Renato Cisneros, el profesor del Taller de Crónicas, llegue. Le compré un café a la máquina y encendí un cigarro. A los pocos minutos, me encontré con Milagros Oviedo quien antes de saludarme cortésmente, me hizo la pregunta más inesperada, peligrosa y estresante que me pude imaginar en ese momento. ¿Sacaste las copias?

Había hecho mi trabajo, que consistía en un retrato, pero me había olvidado de las benditas copias. Antes de lanzar alguna blasfemia al aire corrí con Milagros, quen se encontraba en la misma situación que yo, a buscar una fotocopiadora que salve nuestra mañana.

Salimos de la universidad raudos mientras yo hacía malabares con mi mochila al hombro, mi café y mi cigarro. Nos dirigimos a uno de los pocos locales abiertos donde se leía en un cartel promisorio y redentor la palabra: “COPIAS”. Ahí nos encontramos con Gonzalo García quien enfrentaba el mismo problema que sufríamos Milagros y yo. De alguna, manera saber que no estaba solo me dio cierta tranquilidad. No obstante, el despreocupado señor que atendía nos dijo que no sacaba copias. Nos invitó a imprimir el trabajo las veces que fueran necesarias, pero que cobraba 40 céntimos por hoja. Tomamos la oferta casi como un insulto y salimos corriendo.

No había otros locales abiertos. El tiempo pasaba. “Renato no creen nadie, no nos dejará entrar si llegamos tarde”, dijo Gonzalo. En mi cabeza solo veía la imagen de Cisneros cerrándome la puerta en la cara.
Volvimos a la universidad y vimos que las copiadoras estaban abriendo. La alegría terminó cuando observamos a más de 10 personas esperando turno. Pensé que ni Jack Bauer podría con esto. No se trataba de una bomba y no había a quien torturar ni amenazar de muerte.

Resignados regresamos al salón segundos antes de que Renato tomara la lista. La divina providencia y las extensas críticas de los otros textos hicieron que nuestros trabajos se reservaran para la siguiente clase. Al terminar, salí del aula y lo primero que hice fue buscar una fotocopiadora.