jueves

Aquí


Pido esta fría noche para mí.
La reclamo para que sea mi escenario
Para que la pálida sea mi reflector
Y pueda decir lo mío sin discreción

Pido esta lluvia para mí
Para que sea mi telón de fondo
Para que cubra mis palabras
Y para que me proteja de tu calor

Pido todo el dolor de los no correspondidos para mí
Lo reclamo con derecho y merecimiento
Para que me inunde y me ahogue
Para demostrar que nadie padece en realidad
Y para poder sufrir tu verdad

Solicito la inspiración del artista torturado
La locura de los desposeídos y marginales
Las caídas de los ciegos y apresurados
Las puñaladas al corazón de los criminales

Demando la mirada de los asesinos
Y la sonrisa de los suicidas

Exijo
Esta noche
Olvidarte

martes

SE ACHICA LOS DEDOS PARA USAR MEJOR SU CELULAR


Una verdadera fiebre invadió Estados Unidos tras el lanzamiento del iPhone, el teléfono celular que llegó a ser comparado con el mismo Jesucristo, que convirtió en "pacientes" a los fanáticos de la tecnología, obligándolos a aguardar día y noche al frente de los negocios para curarse en el único modo posible: comprándose uno.


Pero para Thomas Martel, de 28 años, residente en Denver, los problemas comenzaron cuando adquirió el modelo, dotado con un display táctil, cuyos íconos resultaban muy pequeños para su pulgar, un verdadero "dedo gordo".


Ante la inexistencia de "Fat iPhones" y, probablemente consciente de que para cuando pudiera adquirir el peso ideal para manejar con pericia el aparato, este ya sería una pieza de museo, se sometió a una suerte de "liposucción dactilar".


Esta costosa intervención quirúrgica consiste en una pequeña incisión en ambos pulgares que se encarga de limar el hueso interno, entregándole unos dedos delgados que contrastan con el resto de su mano. Tras la operación, afirma que le resulta más difícil abrir enlatados y frascos, pero que está feliz de poder usar su teléfono.
Fuente: Noticiaslocas.com

viernes

¿Amigos?


“Eres un buen amigo”, le dijo ella.

“Querido amigo”, repitió otro día.

Amigo. Amigo. Amigo.

Y sí. Él se consideraba un buen amigo, o por lo menos una persona que trataba serlo. Pero nunca antes la palabra ‘amigo’ le había sonado tan vacía, tan nociva, terrible y espantosa.

Esa palabra - en ese momento - era una filosa navaja que entraba y abría paso en todo lo que ilusamente él deseaba.

Amigo, pensó. Que sutil manera de decirlo.

Que leve modo de responderme a algo que aun no te pregunto.

Que tenue disparo al corazón. Que ligera maniobra de evasión

Que inteligente forma de destruir algo que todavía no tiene ni los planos.

Amigo. Qué horror encierra esa palabra cuando, en verdad, se quiere otra cosa.

Buen amigo. El sabor a segundo puesto en una competencia de dos.

Era claro. Él era su amigo y si no quería perderla por completo tendría que convertir la bilis en miel y dividir su vida en dos. Una frente a ella: relajado y amigo. La otra frente a él mismo: caótico y dolido.

Pero no le importó. No quería perderla.

No le importó los sacrificios.
Ni las heridas que recibiría al mirarla a los ojos.
Ni los cortes al tocar sus manos
Ni las quemaduras luego de besar su mejilla acalorada.


Decidió ser su amigo, aunque en realidad no quería.

jueves

¿Dónde estabas? ¿Qué hacías?

En una banca del Parque Kennedy.

Sentí que todo temblaba, pero no me importó.

Vi que la gente salía de Ripley y llenaba las calles con desesperación.

Seguí en la banca viendo la escena que en primer momento me pareció exagerada.

Cuando todo se detuvo caminé a Larcomar a ver el mar, pero el mar no estaba. Se habia retirado.

Quise ir a mi casa pero los taxis estaban llenos y los micros se desbordaban. Caminé un par de horas hasta conseguir transporte.

¿Y tú?
¿dónde estabas?
¿Qué hacías?

miércoles

Decisiones


Había caminado mucho. Tanto que no recordaba cuándo había comenzado. Sus pasos eran automáticos, como si su voluntad no tuviera nada que ver con su dirección. Su mente se ocupaba de ella. Era en todo lo que había podido centrar su atención en las últimas semanas. Pensaba en cada episodio, en cada gesto. Las respuestas, las risas, las frases ingeniosas, las confesiones, las miradas, los silencios.

Estaba recapitulando sus encuentros y lo odiaba. Detestaba sentirse tan fuera de sí. Le molestaba, más que nada, no poder retomar el control de su propia de vida, de sus pensamientos. Respiraba agitado. Tal vez por la cajetilla de cigarros vacía en su bolsillo. Tal vez porque era cierto que los suspiros son aire sobrante por ese alguien que falta.

¡Mierda! - se dijo a sí mismo. Se había convertido en lo que siempre había condenado. En lo que siempre le había procurado sonrisas irónicas y misericordiosas. Antes de todo - o sea antes de ella - no entendía como podía alguien perder la razón y la coherencia por otra persona. Ahora era un fantasma estúpido, o enamorado, que viene a ser lo mismo.

Pensó en lo miserable que es la condición humana que lo condena a sufrir sin que ese sufrimiento sea un castigo. Porque no lo había buscado. Mucho menos intentó que sucediera. Se sentía, de la manera más legítima posible, una victima injusta de todo lo que lo rodeaba.

Siguió caminando por calles por las que siempre había pasado. No estaba perdido, pero la sensación lo traicionaba. De alguna manera la ciudad le parecía mucho más grande que antes, la gente mucho más extraña y desafiante. Tal vez era él quien era más pequeño desde hace unas semanas.

Por fin se detuvo en un café. Al costado pudo leer un cartel que decía: ‘Flying Dog Hostel’. Ni si quiera hizo el esfuerzo de reír. Se sentó y decidió que se quedaría ahí hasta que algo pasara. Empezó a observar a su alrededor. Miraba con atención como si buscara una respuesta. Cualquiera. No importaba si era absurda o inteligente. Si su padecer había venido de la nada tal vez la nada podría darle un escape.

Súbitamente, se le acercó una mujer mayor. Tal vez de cuarenta años. Estaba vestida toda de negro. Le pidió un cigarrillo y él accedió de inmediato. No se conocían. Quizá era una adicta al tabaco y se le habían acabado. O, quién sabe, lo vio tan confundido en abstracciones que quiso llamar su atención hacia algo más mundano.

La mujer le preguntó si era descendiente de japoneses y él asintió con aburrido gesto. Le contó que había vivido en Japón y que sabía hablar el idioma pero no escribirlo. Él no la escuchaba en realidad. Seguía ido. Ausente como suele ser en casos como el suyo. Luego de un breve monólogo sin recordación, la mujer se despidió dejándole una tarjeta con su nombre y teléfono. La recibió con desdén. Se fue y él rompió la tarjeta de inmediato.

Pensó en ella, o mejor dicho, dudó. Dudó de todo lo que había vivido hasta ese momento. Dudó de las sonrisas que ella le había regalado. Dudó de las conversaciones y de sus gestos amables. Dudó de su nerviosismo y sus miradas. Esas miradas que un día eran esquivas y al siguiente eran directas y esperanzadoras. Dudó de sus palabras una y otra vez, las repasaba como si intentará descubrir algo entre líneas. Algo, cualquier cosa que lo alentara o lo desalentara. Cualquier cosa que pudiera ayudarlo a iniciar una aventura o un exilio inmediato. Pero al estar en ese trámite de recordar sus palabras se le hizo imposible imaginar – una vez más- esos labios como puñales. Tan bellos como mortales, pensó. ¡Mierda!, cursi estúpido fantasma, volvió a decirse.

Pensó - ya entregado – en los ojos de ella. Ojos que parecían caramelos o algo peor. Ojos que invitaban, y obligaban, a ser saboreados con la vista. A ser maldecidos solo por ser los de ella. A ser condenados por todas las religiones del mundo como testimonio de tentación y perdición.

Los minutos, las horas, pasaron y él seguía sentado en el mismo café. Se hizo de noche. Por fin acordó poner plazo a su sufrimiento. Se dijo, se prometió que en tres días hablaría con ella y que pase lo que pase empezaría su desintoxicación. Sí, de una puta vez, pensó.

Una vez decidido, sacó su computadora y empezó a escribir en su blog.

martes

Tenla clara


- “Te estás mariconenado”, le dijo.

Había encontrado a su amigo treinta minutos después de haber recibido una llamada suplicante. “Necesito hablar”, dijo la voz por el auricular casi como si pidiera disculpas.

Llegó y vio a su amigo temblando, dolido, perdido en sí mismo. Al borde de la locura, pensó.

Nunca lo había visto así. Incluso, nunca se imaginó que tras la apariencia de seriedad y coordinación podía esconderse un ser tan débil y miedoso.

“Te estas mariconenado”, le había dicho, porque eso era lo que estaba haciendo.


“¿Acaso te ha dicho que no?”, agregó y por fin parecía que su amigo le hacia caso. Que había conseguido llamar su atención.

Estuvo con él hasta que se sintió mejor. Hasta que se tranquilizó y volvió en sí. “Cágate de risa, huevón. A todos nos pasa. Al final tú debes tomar la decisión. Tú tienes el control de la huevada”.

Sí, tiene razón, pensó. Estaba avergonzado por haber estado a punto de ahogarse rodeado de tanto aire. De tantas posibilidades.

sábado

Sus labios


Ella había estado saboreando un dulce.

Él, de pronto, vio sus labios untados de azúcar.

Se desesperó.

Quedó prendido de esa imagen.

Ella no se había dado cuenta y hablaba con una naturalidad sofocante.

Hizo el intento de desviar la mirada pero no pudo.

Sus ojos volvían a esos labios untados de azúcar.

“Dios es sádico”, pensó.

Luego de varios minutos, la escena era imposible de soportar.

Esos dos labios, revestidos de esa forma, eran tan bellos y seductores que le empezó a doler, a asfixiar.

Moriría feliz de diabetes ahora mismo, pensó.

Sobrevivió cuanto pudo.

Un segundo después se lo dijo.

Ella limpió su boca como si nada hubiera pasado.

Y él rogó en silencio para que ella vuelva a comer aquel dulce.

Se acabó sin empezar



Había podido mantener la calma. Se había entrenado para eso. Para aparentar control y tranquilidad.


Su disfraz, esa careta que se inventó para no mostrar lo desdichado que se había vuelto, le funcionó bien.


Dobló la esquina y le faltaba el aire.


Por fín podía bajar la guardía y padecer en paz.


Se tomó el pecho.


"Cómo algo tan roto puede pesar tanto", pensó.




jueves

Un poco más de frío


Era de noche. La noche con el frío más intenso de ese invierno. Hacía dos horas que estaba sentado en una banca del parque. No esperaba a nadie. Simplemente no quería ir a casa. No quería estar en un lugar cómodo, ni cálido, ni tranquilo. NO. Lo que él quería era sentir mucho frío, sentir algo hiriente. Algo que lo haga olvidar el dolor que sentía esa noche que lo cogió tan vulnerable, tan miserable.

Estuvo ahí hasta que dejó de temblar. Hasta que después de un par de gritos se vio más calmado o menos desesperado, por así decirlo. Sus manos habían perdido la sensibilidad, lo mismo que sus pies. Sin embargo, su pecho seguía algo agitado. De rato en rato una mueca deforme inundaba su rostro.

“Cómo duele y aún no le digo nada”, pensó.

Pasada la media noche se levantó. Le dio gusto saber que podía volver a confiar en sus piernas, que ya no temblaba como hace unas horas. Paso a paso empezó a alejarse, como queriendo buscar distancia de esa momentánea depresión.

miércoles

...


Sentía un amor vertiginoso por ella.

Con tristeza pensó que ella, en cambio, no lo sentía.

Y que si lo necesitaba a él, no era en todo caso con el mismo sentimiento que él experimentaba hacia ella.

Ernesto Sábato
Sobre Héroes y Tumbas

martes

Epifanía




- No te vayas
- ……

El pedido era casi una orden.
Se había alejado poco, apenas unos centímetros de su cuerpo desnudo. Quería irse. Quería salir corriendo, no importaba si salía mal vestida o descalza. Necesitaba salir de ahí. Era en todo lo que pensaba.


Estaba de rodillas en la cama, casi a un paso de levantarse por completo. “No te vayas”, eso le había dicho. ¿Cómo no irse luego de retomar el control? Luego de liberarse de esa pasión que había fundido su cuerpo con otro hasta hace solo unos minutos. No. Quería irse, desaparecer. Pero no lo hizo. Se quedó arrodillada, mirando esos ojos secarse con la brisa nocturna que entraba por la ventana. Presionó sus labios fuertemente como si no quisiera dejar escapar palabra alguna. Sus senos lucían orgullosos y altaneros bajo una línea de luz que contrastaba salvajemente con la oscuridad de la habitación. Sus brazos estaban caídos, muertos, inertes, inexpresivos al igual que su rostro.

“No te vayas”. Sí. Eso le había dicho. Esas tres palabras habían sido suficientes para volver a dominar su voluntad. Después de lo sucedido había retomado conciencia, se había rescatado a sí misma de es ardor carnal y cegador que había experimentado. Y pensaba huir. Huir como se aleja un criminal. Como vuela una paloma miedosa y torpe.

Tal vez hasta ese momento pensaba que todo se debía a un rato de locura. A una aventura sin importancia que trataría de recordar como un error de copas y calentura en unos años. Siempre le había parecido graciosa la idea. No es que nunca hubiera pensado en la posibilidad, pero nunca le había dado importancia. Creía que si llegaba a suceder se levantaría de la cama, fresca y desenvuelta. Como si nada hubiera pasado.

Pero no. Ya no pensaba que todo era tan fácil. Ahora estaba creyendo, cada segundo con más intensidad, que todo lo que había sucedido fue con total aceptación y conciencia. Ahora creía o empezaba a creer que sus actos nunca estuvieron reñidos con sus verdaderos deseos.

“Sus verdaderos deseos”. ¿Qué deseaba? ¿Era eso lo que quería? ¿Ese cuerpo? ¿Esos besos y esas manos? No podía evitar pensar que su vida cambiaría. Que tal vez pasaría momentos terribles, pero también de los otros. Pensaba en que todas las historias de amor están hechas de lo mismo. Que el dolor como el placer tiene ingredientes parecidos y que solo los diferencian pequeños detalles. Pequeños pero vitales. Pensaba que solo el amor fantasioso, escrito sin experimentar, podía tener la receta que se inventa una y otra vez para llegar a ser perfecta.

Pero ella no quería la perfección. Quería, ahora lo sabía, amar y ser amada. Con todos los conflictos que ello implica. Con todas las ventajas y desventajas. Con todo, absolutamente todo, lo que amenaza a los amantes que se atreven a ser felices. Y con todo lo que se les promete a los jóvenes e inexpertos enamorados. Seguía sin moverse, desnuda. De rodillas sobre la cama, mientras pensaba todo eso.


- “No te vayas”, volvió a decir.
- “No me iré, nunca me iré”, respondió.

Y diciendo eso se volvió a recostar en la cama, besó los labios de su amante como si quisiera marcarlos con los suyos y se quedó dormida.



viernes

Secretos

Tienes un secreto, el más oscuro. El más perverso. Un secreto inconfesable que mantienes contigo y que haz tratado de convencerte que en verdad no pasó. Que, pensándolo bien, no fue lo que en realidad sucedió. Un secreto, digámoslo, jodido y genocida.

Bueno, ahora, en vez de pensar en contárselo a tu mejor amigo(a) para intentar drenar esa sofocación que causa mantener verdades terribles, puedes revelarlo a todo el mundo. Existe una página web en donde la gente publica sus secretos. Desde las fobias más ridículas hasta las tragedias más espantosas.

Básicamente lo que ofrece la web argentina (ah!, sí, me olvidaba, es argentina) es liberarse de esa presión ocasionada por insufribles días, meses y años de silencio. Las confesiones pueden ir desde “me gusta tal chica(o)”, pasando por “me asusta barney” hasta llegar a los casos dignos de terapia sicológica y denuncia penal.

Las confesiones son anónimas y, claro, eso facilita la publicación de los secretos. Ha tenido tanto éxito esta página que se ha editado un libro con las mejores confesiones.

Acá pego sólo algunas, las más recientes.

Siempre paso por una esquina cerca de mi escuela, porque esta lleno de borrachos y me piroopean., Soy patetica, pero me levantan el autoestima :) Aguantenn los borrachooss!!!!!!!! (Mujer de 16 años)

El viernes 20 (dia del amigo), voy a dejar plantado a mi grupo con alguna excusa y me voy a ir a esperar el ultimo libro de Harry Potter que sale a las 12. (Hombre 17 años)

Mi mujer tiene parto programado para el 26 y estoy pensando seriamente en no ir al parto para ir al estreno de la pelicula de los simpson (hombre 27 años)

Anoche le di la cola a mi novio y ahora no me puedo ni sentar, mi mama ya me pregunto 20 veces.. y ahora escribo rapido,porque siempre viene y lee todo chau (Mujer 19 años)

Cargué un videíto de un acto del día de la Bandera donde actúa mi hijita...en Youtube.com...PORQUE QUIERO QUE SEA FAMOSA!! (mujer 30 años)

Me exito buscando palabras en el diccionario que tengan que ver con el sexo (Mujer 16 años)

Me corto los brazos con gilletes para sentirme bien (Hombre 17 años)

Durante una noche de pasión con mi novio le llené el cuerpo de caramelos (gomitas) y los que no me comí fueron a parar de nuevo al paquete. Antes de que pueda dejar los caramelos en mi cuarto para que nadie los coma, mi mamá los vió y me preguntó si podía comer algunos... le insistí con que estaban feos, podridos, vencidos y rancios... pero no me hizo caso y los comió igual!!! Yo traté, pero bueno... (Mujer 19 años)






Etc, etc, etc....

miércoles

Chau, Jesse


Se fue Jesse. Se fue el gringo. Se fue el amigo y el profesor. Se fue ‘Frases Cortas’. Quienes no lo conocieron pueden dejar de leer porque no entenderían.

Hace falta haberlo conocido y escuchado. Hace falta haber reído con él. Hace falta haber conocido su pasión por la radio y por las combis.

Jesse Hardman no es un hombre duro. O por lo menos no lo aparenta. No necesita aparentarlo. Estuvo cerca de un año en nuestro país y en ese lapso ha conocido más del Perú de lo que yo mismo conozco. Subió cerros, cruzó selvas, viajo y corrió, vivió y se sorprendió.

Cada vez que algo lo asombraba Jesse ponía un rostro de niño de seis años que recién descubre el mundo. Su gran amor son los sonidos, tal vez por eso es fanático de la radio. Lleva en su minidisk cientos de sonidos y acumula decenas de cds con audios de todo tipo. Como aquella crónica de dos niños pobres de Nueva York y que viven rodeados de delincuencia y muerte. O aquella inolvidable y perturbadora en la que hace un retrato de su padre que padece parkinson sólo con sonidos.

Jesse ve en todo problema una posibilidad, una oportunidad. Durante su permanencia en Perú sus ganas de cambiar el mundo se estrellaron más de una vez con las mentes cerradas y con los sistemas conformistas. Aun así Jesse siguió insistiendo. Es probable que sea la persona más interesada en mejorar la radio peruana.

Hoy a las siete de la mañana el vuelo de Jesse despegó de suelo peruano. Anoche fue su tercera despedida en el Juanito de Barranco. La primera fue en su restaurante favorito 'Como agua para Chocolate' y la segunda fue previa a Fiestas Patrias donde se le pudo ver tomando pisco bailando huayno. Tuvieron que ser tres despedidas porque es lo mínimo que se merecía. Porque una sola no bastaba. Porque en verdad no queríamos que se fuera.

Qué poco sirven los abrazos de despedida. Qué pocas palabras se nos ocurren para decir adiós sin minimizar lo que sentimos.

Creo que lo más importante que puede hacer una persona es trascender a través de otras. Dejar un reflejo constante tatuado con emociones. No me equivoco al decir que Jesse trascendió en más de una persona que conoció en el Perú. Tal vez por eso creo que si bien se ha ido todavía no nos deja.