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Michael pide más

Michael Moore vive atormentado. No puedo imaginar que un hombre que piensa en armas manejadas por niños de seis años, guerras injustificadas, robos electorales y multinacionales abusivas e inhumanas viva tranquilo, relax, hueving, como si no pasara nada. No. Moore tiene que ser un individuo que sueña todas las noches con la salida de George Bush de la Casa Blanca, que almuerza pensando en los estúpidos y temerosos que son los estadounidenses, que va de compras rezando para que ningún adolescente le vaya a disparar desde una azotea y que trabaja pensando en qué problemas agobian al mundo para poder hacer un documental acerca de eso.

Recuerdo la primera vez que vi a Michael Moore, fue seguramente la primera vez para muchos también. Sucedió hace cuatro años. Oscar. Mejor Documental. Moore: “Vivimos una democracia ficticia con presidentes ficticios con hijos que van a guerras”. Todos lo recuerdan, un hombre sorpresivamente robusto (un calco del protagonista de “Padre de Familia”, la serie animada de Fox) le había valido madres las ordenes de guardarse opiniones políticas o sobre la guerra y dijo lo que tenía que decir.

Moore es ese tipo de personas que no se limitan con tal de hacer lo que creen que es correcto. No se detiene, no se intimida y no se aburre. Se hizo conocido en el mundo de los documentales gracias a uno que dirigió cuando tenía 35 años. “Roger and Me” trataba de sus peripecias para confrontar a un alto funcionario de la General Motor acerca del cierre de una planta en Flint, donde su padre y tío habían trabajado durante años ocho horas al día para vivir. Atiborrada de humor ácido e impecable acecho recaudó 7 millones de dólares y ganó el Premio al Mejor Documental del Círculo de Críticos Cinematográficos de Nueva York.

Como la gran mayoría de norteamericanos, Moore tiene raíces extranjeras. Es descendiente de irlandeses. Su niñez se repartió entre los fines de semana de cacería y las sesiones de boy scout. Era un brillante alumno y muy estimado por las monjas jesuitas que se encargaron de su educación. A los 14 llegó a pensar que podría ser un buen sacerdote, pero a los 18 fue elegido concejal escolar y se mantuvo en el cargo por cuatro años, siendo uno de los funcionarios públicos más jóvenes en la historia de EE.UU.

Abandonó la Universidad de Michigan cuando tenía 22 años y se hizo cargo de una publicación alternativa llamada The Flint Voice. Militó brevemente en la revista izquierdista Mother Jones y se dedicó de lleno al mundo de luces, sonido e imagen.

Para Moore el cine norteamericano es el reflejo de lo que sucede en su país: está podrido. “Hollywood degradó el cine a tal punto que si no hacemos algo va a desaparecer”, vaticina.

“Si quisiera hacer una declaración política, me postularía para algún cargo”, afirma Moore con relación a los recurrentes temas políticos en sus cintas. Lo contradictorio es que sus documentales sí son marcadamente políticos, para bien o para mal, con buena o mala intención, Fahrenheit 911 llegó a convertirseen el “gingle” de la oposición a George Bush por las elecciones presidenciales.

Los medios influyendo en política y la política influyendo en los medios. Es probable que sin Bush no habría Moore y viceversa (por lo menos en la medida en que los conocemos actualmente). Y en medio de toda esta maraña de versiones, ediciones, sonrisas falsas y premios con discurso de justificación, aparece el fenómeno “Poli-tainment” (Entretenimiento político) dispuesto a crear una nueva cultura electoral: ¡Que empiecen los juegos!, El ganador debe decir la verdad o le harán un documental que rompa nuevamente un record de taquilla. Si la historia la escriben los ganadores, los perdedores pueden hacer documentales.

MM se define así mismo como un miembro más del pueblo, un hijo de vecino que tiene la suerte de salir en televisión y decir lo que piensa sin hacer caso a la CNN. “Se supone que nosotros estamos limpiando pisos, armando autos y hamburguesas y sirviéndole comida a los ricos”. Seguramente MM se siente así, un chico de pueblo con el deber de sacar cara por la clase oprimida, por los desvalidos e inocentes que no tienen la culpa de tener los líderes que tienen. Aunque suene redundante, Moore es un falso político, le gusta el escape que le brinda ser comunicador. Señalar, pero no con el dedo, sino con la cámara. Hablar en voz alta y burlarse, pero siempre en off.

No está mal que use el cine para decir lo que piensa. A fin de cuentas, los buenos cineastas son los que pueden darnos su particular y muy subjetivo punto de vista acerca del mundo, la vida, el sexo, el amor y, por qué no, la política también. Moore lucha para que Estados Unidos se dé cuenta de que forman parte del mundo y no viceversa. “Necesitamos elegir a alguien que se de cuenta de que no somos los únicos que existen. Por arrogancia de esa actitud es que exportamos violencia”, sentencia.

MM no ha tenido reparo en decir su verdad, aunque esta muchas veces lacere susceptibilidades y orgullos prefabricados con campañas publicitarias. “Nosotros los norteamericanos tenemos una enfermedad en común: el miedo. Y el miedo trae consigo racismo. No sabemos negociar, ni comunicarnos. Lo único que hacemos es empuñar un arma. Y eso mismo hacemos en el mundo, salimos a bombardear Irak antes de encontrar armas de destrucción masiva”.

Pero Moore también se incluye en esa gran masa de enfermos del miedo, aunque de una manera muy diferente. Y es que en contradicción de los millones de norteamericanos que viven bombardeados por MTV y Paris Hilton, y que tienen como informante de primera mano a la cortesana CNN, él está enterado de lo que sucede en el mundo.

Si la ignorancia permite vivir en una nube, Moore vive en la pesadilla de la verdad y necesita protegerse de eso y refugiarse en su sentido del humor, en su chaqueta marrón y anteojos, en su manera de decir las cosas sin que suenen a lo que en verdad dice, a decir “muerte” e “inocentes” en la misma oración con ironía, y a burlarse de su presidente cuando en verdad lo que hace es mandarlo a la mierda. “El humor y la sátira son para mí formas de protegerme. Porque lo que filmo son cosas terribles. Mi sentido del humor es una forma de seguir adelante”, explica no sin la sensación de admitir su doble cara.

A pesar de todo lo que ha hecho y seguramente hará en el futuro, MM no se siente patriota. Incluso, llega a fastidiarle ese calificativo que alguna vez le puso uno de sus productores. “Me opongo a esa palabra, es una palabra ofensiva. Porque, el patriotismo ha llevado a la gente por el mal camino durante siglos. La adhesión ciega a las banderas y a los países llevó a muchos desastres”, reflexiona con toda razón. Por eso Moore nunca sería soldado y como dijo uno de sus entrevistados en Fahrenheit 911: “No dejaría que nadie me envíe a matar gente que no conozco por razones que no entiendo”.
Moore se ve desde la pantalla como un agitador, como un hombre que va contra la corriente y que empieza a calar hondo en la cultura norteamericana. Es un guerrero que cámara al hombro piensa derribarse a George Bush y a cuanto patán se cruce en su idea de mundo perfecto. Quizá algún día lo logre.

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